Los pobres de la época que visitaban nuestra tierra, no encontraban demasiadas dificultades a la hora de conseguir limosna y alojamiento en aquellas largas noches de invierno, debido a que en cada pueblo del aniquilado ayuntamiento de Vegamián estaba establecido la obligatoriedad de dar cobijo a estos mendigos bajo la protección del solidario “palo de los pobres”.
Con el nombre de “pobres” se conocía a los mendigos que llegaban con el saco al hombro pidiendo limosna a la puerta de las casas, lo que hacían con la cristiana exclamación: ¡Ave María Purísima! a lo que contestaba quien estaba dentro, “Sin pecado concebida”.
Eran gentes que aparecían de manera periódica, casi todos conocidos y naturales de zonas no muy alejadas.
Para cuando uno de estos pobres llegaba con intención de pernoctar, estaba establecido el servicio de turno conocido con ese nombre. Simbolizado en la mayoría de los casos por una tabla en forma de cruz, se custodiaba en casa del vecino de turno para recordarle que el próximo pobre que llegase al pueblo debía alojarse en su casa.
Así, pobre que llegaba con intención de hacer noche, preguntaba en qué casa estaba el “Palo de los pobres”, y allí se dirigía para que le diesen limosna y alojamiento por una noche.
La limosna consistía en un rebojo de pan, o también alguna vez, trozos de matanza añejos o sobras de la comida que echaría a su saco. El alojamiento generalmente era en una tenada o pajar, incluso en la cuadra de las vacas. Tenían especialmente cuidado nuestros mayores de que no llevasen consigo una caja de cerillas o un mechero a la hora de meterse en la tenada, pues ya se sabe, cualquier chispa podría preparar la marimorena.
Al otro día, bien tempranín, el pobre se iba sin decirlo ni a diós ni al diablo, y el vecino pasaría el palo al siguiente, que sería el encargado de alojar al próximo visitante. Si alguien se negaba a hacerse cargo de él, cosa que rara vez ocurría, éste pasaba a la siguiente casa.
Los había que llevaban muchos años visitando los pueblos sin nunca haber dado un problema, mostrando siempre su conformidad a lo que se les ofrecía. Este era el caso del conocido, al menos en lazona, “Mangarria”. Cuando la respuesta que recibía a su súplica de limosna era un -¡que Dios te ampare!- él contestaba en tono siempre correcto: ―“bueno, si hoy no me la dais, me la daréis otro día”.
También los había picaros, incluso los había que decían seguir siendo pobres por haberles fallado los cálculos. El mismo Mangarria, pedía limosna soltando la siguiente retahíla:
― Limosna pa un pobre al que le fallaron las matemáticas.
Y es que decía que él había crecido con ánimo de no dar un palo al agua en los 57 años que contaba vivir y que había calculado en base a los siguientes datos: sus padres habían muerto uno a los 45 y otro a los 50 años. Sacó la media y le sumó diez más. Ocurrió que a consecuncia de la buena vida que se daba, había cumplido los 65 y seguía vivo, lamentándose entonces de su mala suerte.
Mira que no tenía cosas de que quejarse el pobre Mangarria.